sábado, 11 de octubre de 2014
Mañana de sábado
No suena el despertador que está encima de la mesilla, pero suenan otros muchos sonidos que me despiertan. Suenan ruidos en la habitación de los niños, suenan los vasos en la cocina mientras ellos se están preparando el desayuno ya por si mismos (se nos hacen mayores sin querer). Suena la cancela de la tienda de abajo cuando su dueño la abre y suena al fin, el beso que te dan en la mejilla para que te despiertes.
¡Papá eres un dormilón! Venga despiértate ya y ayúdanos por favor a calentar la leche para el colacao, que nosotros no llegamos al microondas.
Vale, necesito cinco minutos para lavarme la cara y las manos, que si no, no soy persona.
Mañana de sábado con lluvia. Ha llegado el otoño y todo se vuelve más perezoso. Atrás quedan las generosas mañanas de la primavera y el verano, repletas de luz. Es una mañana de otoño, gris y húmeda.
No ha sonado el despertador que está encima de la mesilla pero estás despierto prácticamente a la misma hora. ¿Y quien quiere dormir más? Ya dormiremos eternamente cuando nos toque. No hace falta hacer planes, los hacen por mi con una eficacia y diligencia digna de los mejores asistentes de campaña.
Papá hoy toca clase de guitarra... Y tenemos que ir a comprar cromos... y luego ¿puedo ayudarte a hacer la comida?... ¡Yo ya he terminado los deberes!... No me quiero duchar, quiero ver la tele..
Tendría que estar preparando la comida, pero aquí estoy, escribiendo en unos minutos y compartiendo esta sensación contigo. Mañanas de sábado que me recuerdan a las que viví cuando era niño y salía a comprar el periódico con mi padre. Hasta que llegábamos al kiosko el paso rápido y ligero. El camino de vuelta, por contra, con paradas constantes cada vez que mi padre se paraba a leer una noticia que atraía su atención, y mientras tanto, mi hermano y yo, saltando y jugando. O al menos así lo recuerdo.
Mañana de sábado como las que vivía hace años, viendo como mi madre cocinaba y realizaba esa magia de convertir cosas muertas en platos impresionantes. Mirando como lo hacía, fijándome y esperando ese momento culmen en el que mamá decía "podéis rebañar la cacerola".
Mañana de sábado gris y húmeda fuera de casa. Mañana de sábado calentita y agradable de puertas para dentro.
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