miércoles, 26 de enero de 2022

Las madres de los amigos

 



Las madres de mis amigos, cuando yo era adolescente, no se parecían para nada a la de la película "El Graduado" aunque posiblemente yo si me pareciera bastante al personaje de Dustin Hoffman. El realidad las madres de mis amigos se parecían bastante a mi madre. Trabajando en casa como única ocupación, siempre atentas cuando sus hijos traían visitas a casa, siempre dispuestas a preparar la merienda, a preguntarte por tu familia y a lucir siempre una permanente sonrisa. Las que trabajan también fuera de casa eran la excepción y siempre por motivos de fuerza mayor, habitualmente viudedad. Las cosas han cambiado mucho, pero mucho, mucho. 

Pero las madres de mis amigos ahora también son como mi madre, ancianas. Ayer hablaba con uno de mis amigos de entonces y me contaba la situación actual de su madre. Con un 100% de incapacidad y viuda desde hace tiempo, ahora son los 4 hijos los que se esfuerzan en organizar su cuidado. Su marido, también bastante mayor, la cuidó 24 horas al día durante muchos años, pero falleció repentinamente. 

Ella lleva muchos años en una cama, en el salón de su casa porque es el único sitio donde caben esas camas articuladas. Muchos años sin contacto con la realidad. Pero como este blog se llama "Un ratito de felicidad" no puedo evitar acordarme de ella cuando la conocí, hace pues como casi 40 años. 

Ella tuvo cuatro hijos, dos chicos y dos chicas. Los cuatro son educados, simpáticos, inteligentes, responsables, buenos y divertidos. Tienen sus cosas, como todos, pero parece que hay que rascar bastante para encontrar algo que no sea positivo. La tarde que venía alguno de ellos en la pandilla era diversión asegurada, inteligencia, simpatía creatividad, siempre. Y cuando los cuatro son estupendos, es que algo harían bien sus padres. El que escribe este blog ya tiene algunos años de carrera de padre y sabe lo que dice. Esas cosas no salen por casualidad. Si brota cariño, diversión y optimismo entre tus hijos, es porque has sembrado eso mismo cada día. Y aunque lo hagas, no siempre es seguro el resultado. 

Ella y su marido eran la perfecta imagen del matrimonio tranquilo, simpático, feliz. Ella era tan parecida a mi madre, a tantas madres de entonces, que por ser algo tan habitual no valoramos su sacrificio, su entrega, su permanente sonrisa, su constante actitud de servicio. Nunca una palabra que no fuera cariñosa, jamás. 

No por evidente, no quiero dejar de decir que hace años había padres y madres que no eran así, como sucede ahora, que sigue habiendo de todo, como en botica.  

Yo no la he visto en esta última época. Conozco los esfuerzos de sus hijos por cuidarla, por atenderla, que son siempre complicados. Pero cuando hablo con ellos la recuerdo feliz, tranquila, en su casa, en la misa de los domingos o en la bodas de sus hijos. 

La recuerdo con una sonrisa permanente, el delantal en la cintura y un corazón enorme.   



lunes, 17 de enero de 2022

Eres Papá Noel todo el año


Uno de estos "memes" divertidos que nos llegan a cientos en cualquier época del año resumía que la vida se divide en cuatro etapas, a saber: 

  1. Crees en Papá Noel. 
  2. No crees en Papa Noel. 
  3. Eres Papá Noel. 
  4. Te pareces a Papá Noel  
El pensamiento es muy divertido y además, muy exacto. Si en vez de Papá Noel decimos Reyes Magos pues también tiene su gran parte de verdad, al menos para la mitad masculina de la población. Las mujeres no se parecen nunca a Papá Noel, claro está, pero como símbolo nos vale. 

Evidentemente el que escribe ya ha llegado a la última etapa. No es que yo sea un anciano de años incontables, sino que el color de mi barba y mi cabello es más blanco de lo que quisiera. Y si nunca me dejé barba porque no me favorecía, con el color blanco ya la opción queda totalmente descartada. Si antes me hacía parecer más grueso, ahora además me hace parecer mucho más mayor. 

En cualquier caso, para lo que nos interesa, lo cierto es que he llegado a la cuarta etapa, la última, que espero que dure muchos cientos de años, como le está sucediendo al verdadero Papá Noel. Se me antoja más sano echar la vista atrás y recordar etapas anteriores que caer en el pesimismo de que son menos los años que quedan que los ya vividos.  Además, si nos fijamos en los "Papá Noel" que somos o tenemos alrededor, veremos que son un poco el reflejo de nuestra vida, de nuestra forma de ser el resto del año. 

1. Mejor es recordar los años en los que creías en la magia, en todas sus formas, y que el mundo es mucho más de lo que ves. Creer en que todo es posible, incluso y sobre todo lo imposible. Y creer que, si eres bueno, eso va a tener su recompensa. ¿Te has portado bien este año? Entonces tendrás los regalos que has pedido. Creer que todos somos buenos y que las personas que te quieren te van a querer siempre, y van a estar siempre a tu lado. Confías y crees. 

2. Los años en que no crees en Papa Noel pero todavía no eres Papá Noel son esos años extraños, en los que no eres humano, sino adolescente. Hay tanto por descubrir, aunque ya sepas que no existe la magia, hay tanto por comprender, por conseguir, que no necesitas regalar ni que te regalen nada, porque tú lo sabes todo. Y lo que no sabes aún, desde luego no te lo van a enseñar los de siempre, esos que ponen normas y te dicen que quizá no lo sabes todo y que quizá escuchar es mejor que girar la cabeza y cerrar la puerta de tu cuarto. Es la etapa menos bonita, pero es necesaria, 

3. Ser Papá Noel es la etapa mas larga y tienen muchas opciones y niveles, como en la vida. 

Puedes ser un Papá Noel inexistente, perdido, vago, ajeno, que se esconde dentro de frases prestadas para no ayudar, regalar, querer, estar, con los demás. "Yo no creo en la Navidad", "Ella no me entendió nunca", "Nunca me llama él, siempre tengo que hacerlo yo"... Ser así es una opción, claro. No regalas nada, ni material ni inmaterial. Ni en Navidad, ni el resto del año. 

Puedes ser un Papa Noel, por compromiso social, con prisas, por cumplir. No es que no les quieras, es que estás muy ocupado, tienes cosas mucho más importantes que hacer. Algunos de estos Papá Noel intentan compensar el tiempo no dedicado con el valor del regalo, que lo material eclipse lo inmaterial. Ya tendré tiempo para ellos, para los amigos y la familia, cuando me jubile, cuando no sea todo tan importante, todo, menos ellos. 

También puedes ser un Papá Noel que no sea Papá, sino niño. Un niño grande que quiera transmitir y devolver el cariño y los regalos recibidos de otros, en otros tiempos. Un Papa-Niño Noel que quiera crear momentos especiales, transmitir, abrazar, sonreír y ser recordado. Llamar sin esperar a que te llamen, preguntar sin esperar a que te pregunten, dar sin esperar a recibir. No con todos, claro, eso es imposible, utópico, irreal, pero cada uno sabe de quien hablo. 

4. Si no quieres parecerte a Papá Noel, ya sabes, gym y Grecian 2000. 






martes, 11 de enero de 2022

"Tó pa ná"

 


Escuchar la radio mientras voy sólo en el coche es un placer irrenunciable. De la misma forma que la apago en cuanto entra alguien conmigo en el coche, si voy a solas, me encanta la mágica compañía de la radio. Voy cambiando de cadena, buscando la palabra inteligente, brillante. La música también me gusta, pero es la última opción. Ante todo busco escuchar la palabra que aporta, la que sorprende, la que me puede traer una sonrisa, paz y esperanza. Las palabras de enfrentamiento, de luchas y de penas, esas no las quiero. 

Pues el otro día escuchaba la radio en el coche, como digo, y entrevistaron a un sabio, o al menos a mí me lo pareció. Le preguntaron una frase que resumiese "la vida" y respondió: "No te voy a dar una frase, te voy a dar tres sílabas que resumen la vida mejor que cualquier otra cosa: Tó pa ná". Me pareció magnífico. 

Es perfecto, es tan cierto y tan real, que todo lo demás se queda sin sentido. Todo lo que hagamos, lo bueno y lo malo, o lo que no hagamos, nuestros esfuerzos, nuestros miedos, nuestras penas, al final, todo, es para nada. Porque no nos llevamos nada. 

Y si no nos llevamos nada.. ¿Qué razón tiene sufrir por lo que no tenemos? Si al final caminamos hacia la nada, o hacia el todo si tienen razón los que tienen el don de la fe, pierde el sentido no ser generoso, porque el cariño, la palabra buena, la compañía, el tiempo que no compartas en vida, se pierden para siempre y otros te recordarán por no haberlo dado o no te recordarán, que es peor aún.  

Resulta muy liberador asumir que caminamos a la nada, o al todo, porque pierden sentido enfados por cualquier cosa perdida o deseo no alcanzado. Y cobra un sentido nuevo la necesidad de disfrutar el momento, sentirse bueno, en paz y, en la medida de lo posible para cada uno, ayudar. No quites nada, que nada te llevas. Comparte lo que puedas, ríe todo lo que puedas, abraza y disfruta a cada momento. 

Es lícito sufrir, por supuesto, y es necesario el duelo y el dolor en ocasiones. Pero saber que caminamos a la nada, o al todo, pone en su sitio lo que hemos perdido y era verdaderamente valioso, y nos muestra el poco sentido de algunas lágrimas del pasado por cosas innecesarias, por vanidades. por lo que no va a volver, y peor aún, poder llegar a pensar que no fuimos lo suficientemente buenos y generosos con los que queríamos y ya no están. 

Si doy cariño y no me lo quedo, si venzo la pereza de la distancia o el tonto egoísmo, cuando marche, o cuando marchen, no habré caminado a la nada, y quizá al final no sea "tó pa ná" porque me recordarán con cariño. ¿Qué más podemos esperar? 

Alguien se marcha del todo cuando ya nadie le recuerda. Hagámonos memorables. 


 




martes, 4 de enero de 2022

LIII


Muchas gracias por vuestras felicitaciones. Ya son 53. Madre mía. Siempre recordaré cuando era un niño que una tía mía cumplió 40 años y ya me pareció que era una edad de ser muy, muy, pero que muy mayor. Y yo aquí, subiendo. 

Hoy será un día de comer en casa, teatro con la familia y luego, si quieren (que querrán) una hamburguesa. Pero no siempre han sido así. 

De pequeño el cumpleaños era un día especial en las vacaciones de Navidad, entre las uvas y el roscón, y venían a casa mis primos. No era muy dado a tener amigos por aquella época, y la fecha tampoco favorecía invitar a compañeros del colegio, por lo que mis invitados eran siempre Juanjo, Jorge, Angel Pablo y David, y por supuesto mi hermano y compañero de casi todo, Ignacio por aquel entonces. 

Era la antesala del día de Reyes, era un día de bizcocho casero hecho por mamá. Uno de los dos días de juguetes y regalos al año, apenas 48 horas antes del otro día del año de juguetes y regalos. Era un día siempre en la casa de la calle Coslada, atestada de gente, otra vez en días de casas llenas de gente. Juanjo, Manoli, Angel, Puri... papá y mamá. 

Con la adolescencia el cumpleaños pasó a no tener mucho protagonismo, o yo al menos no lo recuerdo. Sin dinero para invitar a los amigos y ellos sin dinero para hacernos regalos. Y a los primos ya los veíamos menos. Días más tranquilos, sin tanto follón, pero con el mismo cariño en casa. Con papá y mamá. 

Con la universidad esto de cumplir años se revitalizó, al menos en cuanto al modo de celebrar. Algo más de dinero y mucha gente conocida y querida. Los compañeros del colegio por un lado, la gente de la universidad por otro, alguna posible conquista con la que celebrarlo de forma individual a ver si el universo me regalaba algo inmaterial, alguna nueva experiencia valiosa... Y también en casa, como siempre, papá y mamá. 

Luego llegó la primera novia y, como ella era asesora de tiempo libre, y como además ella también cumplía en torno a las mismas fechas, pues nada, cumpleaños compartido. Muy divertido por la cantidad de gente que se mezclaba y todo muy bien organizado, faltaría más. 

Me casé (una primera vez) y cumplí 29 años a los pocos meses. Vinieron papá y mamá a comer a casa. Fue la última vez, el último cumpleaños con los dos. 

Tres años después me había divorciado, y en esa noche de Reyes, entre mi cumpleaños y la mañana del día 6 de enero, rodeados de roscones, conocí a la madre de mis hijos. No podía ser en otra fecha. 

Desde que han llegado ellos, el cumpleaños ha sido básicamente una merendola en casa, en la que sometía a mi familia a un nuevo desafío de comer, en una fecha en la que nadie quiere comer. Tartas con velas que cada vez reflejan número más elevados, mis niños alrededor de su padre soplando también la tarta, mi madre que sonríe y hermanos y cuñados haciendo fotos. Lo peor de esta etapa, para mi, el mensajito de whatsapp con el que se soluciona la felicitación, y se pierde la oportunidad de saludar a los amigos que hace meses con los que no hablas, aunque sea por 5 minutos. Al principio lo llevaba fatal, ahora, hago lo mismo. Lo confieso. (Según escribo estas líneas me llama mi hermana Ana para felicitarme y se me encoje un poco la voz y bastante el pecho al oír su "cumpleaños feliz al otro lado. Gracias, no creo en la casualidades.)   

Llegó una nueva etapa, al cumplir los 50, en el que se han juntado varios factores que le han quitado tamaño y brillo social a la celebración: una nueva forma de familia, y todo el proceso previo, el confinamiento ha sido devastador,  y el hartazgo de comer ya es definitivo a esta edad. Pero por dentro sigo disfrutando de este día y leyendo con cariño todo lo que me dicen y me escriben. 

Hoy no trabajo, porque en mi empresa nos dan este día de vacaciones. Creo que es algo realmente bonito y que me gusta contar, por si cunde el ejemplo. 

Hoy será un día con los chicos, teatro y, si quieren, una hamburguesa.  Y en el corazón llevaré a todos lo que les debo algo bueno.