miércoles, 17 de noviembre de 2021

Se van las cabinas

 


Telefónica va a eliminar definitivamente la presencia de las cabinas en las calles. Mucho han durado, a la vista del dominio de la telefonía móvil en nuestras vidas. No hay persona mayor de 12 años que no tenga un teléfono móvil, o dos, o tres, dependiendo de sus actividades laborales, amorosas o incluso delictivas. 

Los boomers nos hemos criado con las cabinas como parte indispensable de nuestras vidas. Eran fundamentales para llamar a casa 5 minutos antes de la hora permitida de llegada y pedirle a mamá o a papá que nos dejasen llegar media hora más tarde por que "no llega el autobús"cuando realmente estabas diciendo "me lo estoy pasando muy bien" o "acabo de ligar y necesito explorar nuevas fronteras". Pero claro, para ello hacía falta tener algo de dinero suelto. Y que tus padres estuvieran en casa, que siempre estaban. Y si no estaban tus padres en casa, ya lo sabías tú y no hacía falta llamar. 

También eran fundamentales cuando tenías tu primer amor. Las conversaciones interminables "cuelga tu" era mejor tenerlas lejos de la atenta mirada del resto de la familia, porque el teléfono de casa tenía cable y estaba siempre en el salón, al lado de la butaca de mamá. 

Las cabinas no devolvían cambio, por lo que ellas decidían cuando se acaba la conversación. Colgar antes era perder dinero. Estabas tan ricamente hablando de cualquier cosa cuando de repente oías ese sonido como de que caía la última moneda y lanzabas un urgente "bueno, que se corta, adiós" que nunca sabías si era realmente escuchado por la otra parte. 

Las cabinas eran imprescindibles cuando tus padres ponían un candado al teléfono de casa. Si en la familia había cierta tendencia a hablar mucho, llegaba un momento que la factura se disparaba, porque no existía el concepto "tarifa plana" (las bondades del monopolio) y la solución era poner un candado al teléfono. ¿Un candado al teléfono? Sí hijo sí, un candado con llave y todo, como el de las taquillas del gimnasio  pero más pequeño. ¡¡Eso es imposible!!   Pues no, no lo era. Y claro, tenías que seguir hablando con tu amor, pues nada, a la calle a buscar una cabina. Había formas de burlar el candado, desde luego, pero no las desvelaremos aquí. 


Pero cuando las cabinas eran también totalmente imprescindibles era cuando te marchabas de vacaciones. Como las setas después de las lluvias de otoño, en verano en las localidades de la costa florecían los locutorios portátiles. Eran una suerte de casa prefabricada de quita y pon, auténtico palacio de las telecomunicaciones de los años 70 y 80 del siglo viejo, en las que en apenas 15 metros cuadrados había 5 cabinas teléfonicas con sus puertas y todo, un escritorio-centralita-cajera y sillas para la espera. Entrabas y una señorita te decía: pase al número 3, y tu entrabas en la puerta que tenía ese número y hablabas, mientras vigilabas los pasos del contador que, multiplicados por x pesetas, sería la factura que tendrías que pagar. No se cortaba inesperadamente y no pagabas de más. Todo un lujo. 

En uno de esos locutorios una novia que tuve me dijo que dada mi larga ausencia de dos meses en la playa había tenido un encuentro fortuito con otro chico. Mis primeros cuernos, chispas. El resto del verano ya la llamé menos. En los 80 no teníamos asumido el concepto del poliamor, que entonces era algo que se llamaba el amor libre. Llámame raro, Nunca entendí ese afán de confesión y de recibir un perdón. Más dinero para cervezas y menos para teléfono el resto del verano. 

Las cabinas también tenían otros usos, variados, y que nada tenían que ver con las telecomunicaciones. Eso ya cada cual que recuerde. Se nos van las cabinas definitivamente. Mucho han durado. 

miércoles, 10 de noviembre de 2021

Los buenos recuerdos


Recientemente escuche por la radio que se cumplían años del estreno de dos películas de esas que dices que "marcaron mi infancia", aunque realmente no te marcaron en nada, pero te hicieron pasar un rato maravilloso. "La Guerra de las Galaxías" ( y no "Star Wars Una Nueva Esperanza" que así se llamó décadas después.) cumple 43 años y "Evasión o Victoria" cumple 40 años. 

En una tenía yo 9 años y en la otra pues unos 13 o 14. Recuerdo perfectamente la fila enorme que había para entrar a los cines en ambas. Cuando eres tan pequeño y todo el mundo te saca dos cabezas (todavía hoy me pasa de alguna manera), el hecho de esperar una fila abarrotada tiene un plus de angustia y ansiedad porque no ves nada y solo te vas moviendo hacia delante cuando el de detrás te empuja en esa dirección. Ir al centro a las películas de estreno no tenía nada que ver con ir al cine del barrio (en mi caso el Victoria y el Marvi) en el que las sesiones dobles, continuas y sin numerar te permitían la entrada en cualquier momento y nunca había filas ni aglomeraciones. 

Con 9 años, en 1978, en España votamos una constitución. Con 14 años, en 1982, un partido de izquierdas llegaba al poder en España casi 50 años después. 

No sé si cualquier tiempo pasado fue mejor. No sé si engrandecemos lo que hemos vivido porque fue lo nuestro, y lo que pasa ahora, en tiempos en los que otras generaciones ya hacen y deshacen, lo subestimamos porque no lo sentimos tan nuestro. No sé. Pero sí tengo la sensación de ser un privilegiado por haber tenido la oportunidad de ser testigo silencioso de las cosas buenas que sucedieron en mi infancia y mi adolescencia. Cosas que ya no pasan. Algunas menos mal que ya no pasan, que no todo era vino y rosas, por supuesto. 

Intento ver y encontrar la misma grandeza alrededor pero no la veo. Las nuevas películas de Star Wars me aburren porque veo una y otra vez repetidas la misma historia de hace 43 años. No hay grandes películas de fútbol, aunque sí hay grandes películas, de otros deportes y de cualquier otra cosa. De acontecimientos políticos no hablaré, por supuesto. Pero no todo es gris hoy en día, ¿verdad?

Intento encontrar en mi vida ahora la misma emoción de ese muchacho de 10 años que acudía nervioso al cine, o al colegio, o al Burger King con sus amigos, de excursión a un museo, al cumpleaños de un primo o a pasar un día en la piscina. Intento mantener vivo ese niño para que se sorprenda cada día con cosas que merezcan la pena y evitar la tendencia torpe a pensar que cualquier tiempo pasado fue mejor. Intento disfrutar de la vida creciente de mis hijos, del cariño de mis amigos, de la mano y la voz de mi madre, de las miradas y besos de mis hermanos y de la pasión de una mujer. Intento aprender y seguir aprendiendo. Intento hacer cada día mejor mi trabajo. 

El riesgo de convertirme en un abuelo cebolleta es enorme, nos acecha con cada vela que apagamos en cada cumpleaños. Los buenos recuerdos pueden ser de hace 40 años, o del pasado fin de semana aprendiendo historia y urbanismo por la Ciudad Universitaria, o perdido en la mirada de otra persona. Los malos recuerdos no son recuerdos, son posibles pesadillas. Mejor olvidarlos. 

Hoy encontraré  buenos recuerdos para mañana, solo tengo que fijarme un poco.