miércoles, 25 de mayo de 2022

El Alta

 


Hace 8 años y 6 meses, allá por diciembre de 2013, el pequeño entraba en el hospital. Apenas 24 horas antes le habían llevado al ambulatorio, ese de la Seguridad Social, ese que es fácil criticar y acusar de ineficacia o masificación. Los síntomas, a ojos de sus padres parecían algo así como un catarro, con algo de fiebre y un dolor de tripa, nada importante, como tantas otras veces, pero la doctora levantó la ceja y no se fió. Prefirió ver una analítica, porque algo había que no cuadraba. Al día siguiente estaba internado en el hospital, con muchos meses por delante de lucha contra la leucemia. 

Yo le había visto casi nacer. Hijo de uno de mis 5 mejores amigos, de los que se cuentan con los dedos de la mano, tiene la misma edad que mi hijo. Han compartido guardería, en la misma clase, jugado cientos de veces, con muchas aficiones y muchos momentos compartidos. Le pasó a él. Nos podría haber pasado a cualquiera. 

Allí estaba él, con apenas algo más de 5 años, y allí estaban sus padres, mirando con ojos atónitos y el corazón encogido esa película de terror que la vida les había presentado de imprevisto, como viene casi todo lo importante en la vida, lo bueno y lo malo, sin avisar. 

Vinieron meses en que los padres se convirtieron en la pareja "Dr jeckyl y Mr Hyde", con dos caras completamente diferentes cuando estaban acompañando a su hijo y cuando no le tenían delante. Con una sonrisa y todo el cariño del mundo cuando le hacían compañía y con otro aspecto bien diferente fuera del hospital. 

Fuera del hospital él miraba siempre hacia abajo, con la mirada perdida y la voz escasa. Su enorme alegría y las ganas de divertirse que le habían acompañado siempre estaban guardadas en un cajón, esperando mejores momentos. Ella tampoco estaba alegre pero, sin embargo, transmitía un envidiable optimismo. Estaba convencida, porque así ella lo había decidido, que todo iba a salir bien y que su hijo superaría esa prueba, que entraría en el porcentaje de los que salen adelante, porque ese porcentaje existe. 

Y también estaba su hermana mayor, apenas un par de años más. Mirando la tristeza de sus padres, su preocupación y sintiendo la ausencia de su hermano. 

Fueron pasando los meses. No news good news. Cada día más era un día ganado en la batalla. Fueron pasando los meses. No conozco al detalle los vaivenes que sentirían, los mensajes optimistas o pesimistas que iban recibiendo de los médicos. Cuando les veías te daban un parte escueto y luego intentabas hablar de otra cosa. Sabías que a ellos no les importaba nada en esos momentos el fútbol o mis problemas en el trabajo, pero intentabas distraer.

La primera gran batalla se ganó y el niño puedo salir del hospital, muchos meses después. Vino el alta hospitalaria pero no el alta médica definitiva. Siguió el proceso con medicación en casa, ciclos, revisiones, pruebas. Cada vez se visitaba menos el hospital, pero sólo los que han convivido con esta enfermedad saben lo que se siente cuando te toca la revisión semestral, y esos días de incertidumbre entre que te hacen la prueba y te dan los resultados. 

Hace dos días nos anunciaron a todos que por fin, 8 años y casi 6 meses, después, 101 meses, más de 3000 días, ya tenían el alta definitiva. Se acabaron las revisiones, se acabó volver al hospital. Se acabó la pesadilla. 

Sólo ellos saben todo lo que han sufrido, pero quizá también, con este final, también sólo ellos pueden valorar lo que han sentido con esta noticia, y todo lo que han aprendido durante el terrible camino, lo que ahora para ellos es importante, lo que les ha unido y la nueva perspectiva de la vida, de lo que es tener un ratito de felicidad cada día. 

Enhorabuena a los cuatro y gracias por el ejemplo dado. 


martes, 10 de mayo de 2022

Lotería o desgracia


Hace algo más de 15 años compramos la casa en las que hemos vivido estos últimos años. En esta casa he disfrutado miles de momentos maravillosos con mi familia y mis amigos. He visto sobre todo crecer a mis hijos, que a veces me han hecho llorar de emoción por sus espontáneas muestras de amor, me han hecho reír con su humor primero infantil y luego adolescente,  y a veces me han hecho gritar de desesperación, en muchos momentos en los que se me hacía un mundo la tarea diaria de educarlos, llevarlos, traerlos, vestirlos, bañarlos, darles de comer y sacarles de paseo. 

La mayor entró aquí con apenas 2 añitos y el pequeño nació aquí. Hemos disfrutado tantas primeras experiencias con ellos y de ellos que harán estas paredes irrepetibles. Fiestas de cumpleaños con personas tan queridas y con abuelos que ya no están y fiestas de pijama con amigos que van y vienen, pero que van dejando ese granito de arena en la construcción de las dos personas que más quiero. 

Y en esta casa también he pasado alguno de los momentos más tristes de mi vida, como cuando les tuve que decir cosas que no pensé nunca que tendría que decirles, y que me hicieron llorar al ver su cara, primero de incredulidad, luego de miedo y después de tristeza. Gracias a Dios creo que hemos hecho, y estamos haciendo, todo lo posible para que ellos estén en el centro de nuestras decisiones y que las cosas sean lo mejor para ellos. Lo creo firmemente y espero no estar equivocado. 

Cuando compramos estas casa, hace algo más de 15 años, yo solía decir, convencido de lo perdurable de mi estado de felicidad, que de aquí no me sacaban si no era por "lotería o por desgracia", seguro de que sólo una lluvia de euromillones o el final de la vida me podrían hacer abandonar esta hogar. Sin embargo, como en tantas otras veces, la vida, que es eso que te sucede mientras haces planes para el futuro, me ha demostrado que estaba confundido, que sólo era otra etapa que ya ha terminado, y que hay que pasar página. 

Y ahora que hemos comenzado el proceso definitivo para abandonar este hogar, ellos me dicen que vaya donde vaya a vivir, ellos quieren estar conmigo el mayor tiempo posible y que no quieren verme un fin de semana cada dos. Y que vendrán juntos, porque quieren estar juntos. 

Y en esta casa, me sucedió una vez que cuando terminaba de contarles el cuento de los tres cerditos, uno me dijo una noche, con apenas 4 años: "papá, abrázame para que me duerma, que tu abrazo es el cinturón de seguridad para viajar al otro día". 

Todo esto me llevaré. Miles de momentos que no volveré a vivir en otro sitio. En otro sitio viviré otras cosas, con ellos y con otras personas, que me quieren y me hacen feliz. Preparado para lo que venga, con el corazón abierto y dispuesto a vivir "nuevas primeras veces". 



lunes, 2 de mayo de 2022

Los novios


Me comenta un amigo que ayer, con eso de celebrar el día de la Madre, se reunió a comer la familia y como los hijos van cumpliendo años, vinieron acompañados de sus parejas. Me resisto a llamarles novios, aunque el titular de esta entrada sea ese, porque novios, novios, lo que se dice novios, lo eres el día la boda. Antes no y después, tampoco.  

Lo primero que me viene a la cabeza es ¿porqué vienen a tu casa? ¿No tienen madre? Pobrecitos, que desgracia y que coincidencia, que dos chicos tan jóvenes y de familias diferentes sean huérfanos. "Si, si la tienen", me responde. ¿Y entonces? ¿Cual es la necesidad? Además de hacerle un feo enorme a sus madres, son ganas de estar con apenas 20 años mirando la cara a un montón de desconocidos. 

Me veo yo en esa tesitura o parecida en un futuro no muy lejano y la verdad es que no sé que cuerpo se me queda. Una persona como yo, con tendencia innata al fracaso en el amor, mira cuanto menos con recelo esto del amor juvenil. No digo que no lo tengan que vivir, disfrutar, experimentar y celebrar mis hijos, por favor, si es de las cosas más bonitas de la vida, pero no puedo evitar un cierto mirarlo con un velo de desconfianza. ¿Cree el ladrón que todos son de su condición? 

Mi amigo me decía que intentaba no "cogerles mucho cariño" porque igual desaparecen en unos pocos meses y los echas de menos. Me pareció que hablaba más de un hamster que de una persona, pero no le faltaba razón. Los hamster duran poco y no se hacen querer mucho, como las parejas juveniles de tus hijos. 

Tampoco conviene conocerlos en profundidad, proseguía mi amigo, porque al final les pones una nota, una calificación, un juicio y algún prejuicio. Y eso, tarde o temprano se te nota. Se te nota que no te gustan nada o que te gustan mucho, y eso podría afectar a la relación con tus hijos, que son los que verdaderamente importan. Si le hace muchos cariños a tu hija, es un sobón, pero si no le hace ninguno, es un chulo. Si habla mucho es un listillo, pero si no habla nada es un "singracia". Complicado encontrar el término medio correcto.

Además, si les pones nota, y luego cambian a otra pareja unos meses después, seguro que como todo en la vida, cualquier tiempo pasado será mejor y el actual te parecerá mucho peor que el anterior, algo que no traerá nada bueno. 

Hasta hace nada estaba yo en el otro lado, o así me lo parece. En el papel del novio, en el de ir a la casa de los suegros, poniendo mi mejor sonrisa y educación, para causar una buena impresión, y ahora me veo en el otro lado, en el del padre vigilante, taimado, escondido, agazapado, como un cazador, dispuesto a valorar cualquier comentario, gesto o actitud. 

En cualquier caso, hijo, hija, no me hagáis caso. Traed a casa cuando queráis a vuestras parejas, que yo no soy nadie para comentar si está bien o mal, si es bueno o malo, si es lo que te conviene o no. La vida son etapas, y hay que vivirlas al máximo, aprovechando todo, todo, todo. Yo lo hice y lo sigo haciendo, y ni vuestra abuela ni vuestro abuelo jamás me dijeron nada, pensaran lo que pensasen. Me querían, como yo os quiero. Silencio, respeto y mucho amor.