Si estás atento, ves ratitos de felicidad alrededor. Hay que estar un poco avispado, así como con los ojos muy abiertos, pero hay muchos ratitos, y encontrarlos es maravilloso. (Nota para el autor: Es más complicado si sólo miras a la pantalla del móvil.)
Ayer tuve el privilegio de presenciar un "ratito de felicidad" de una persona muy alegre, divertida, disfrutona, buena, generosa y sincera, pero a la que, al menos hasta ese momento no había visto feliz. Ella es intensa, no pasa desapercibida. Muy habladora, como si tuviera dentro una máquina de fabricar palabras, siempre hace compañía. De esas mujeres que merecen la pena por su entrega a los demás, y aunque muchas veces eso sólo la genere desilusión y desencanto, ella sigue haciendo lo mejor para lo demás. Ella dice que es un problema mental, que no es normal ser así, porque no disfruta, que es como una especie de obligación que la inculcaron de pequeña y al final se ha vuelto en su contra porque se olvida de ella, y eso le hace infeliz.
Esa educación de otros tiempos en los que las mujeres aprendían a servir, y se confundía esa servidumbre con amor.
Tal y como ella lo cuenta da un poco de pena. A mi me gusta pensar que lo hace porque no puede ser más buena y que si no fuera un pedazo de pan, habría mandado a hacer gárgaras toda esa educación errónea recibida hace mucho tiempo, y sería algo más egoísta, en el buen sentido de la palabra.
Pues ayer la vi feliz, y me alegró el corazón. La he visto reír muchas veces en otras ocasiones, con una risa algo exagerada, pasada de volumen, explosiva, intensa, pero no había visto la felicidad en sus ojos. Pero ayer, tomando una coca-cola desbordó una felicidad que se le caía de los ojos, una felicidad tranquila, sosegada, sin ruido, una felicidad que le llenaba la cara.
Hablaba de los recuerdos con su padre, de niña, mientras recogían musgo en el campo y ella, con unas botas katiuskas, se metía en un charco y su padre la miraba de reojo, con amor de padre. Los que ya no tenemos padre tenemos esos momentos, que vienen a nuestra mente de vez en cuando y que nos hacen dar gracias por haber disfrutado de alguien tan generoso, cariñoso y cercano.
Hablaba de besos de su padre en la mañana para darle los buenos días. De muchos besos suaves y casi silenciosos que mitigaban su terrible despertar y pensaba ella, aunque no me lo dijo, que nadie la ha vuelto a despertar así. Y si se los han dado, no me lo contó.
Fue una tarde de invierno, fría, pero mereció la pena recordar que ver a una persona reír no significa que sea feliz. La felicidad se cae por lo ojos, como las lágrimas cuando no eres feliz.
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