No me tengo por un chulo, un tipo que busca broncas o un amigo de las peleas. Al contrario, estoy muy convencido de mi nula valía a la hora de mantener cualquier enfrentamiento físico. De pequeñito no hacía Judo, ni Karate ni nada de eso. Y de mayor, mucho menos. Mi carácter siempre ha sido más bien de abrazar y sonreír que de golpear e imponer mi criterio por la fuerza. Puedo contar con los dedos de una mano las veces que he puesto la mano encima a alguien, y con los dedos de las dos manos las veces que me la han puesto a mi.
Sin embargo, albergo otra cualidad que no compagina muy bien con lo anterior, y es mi capacidad de no callarme ante lo que me parece injusto, al avasallamiento, al chulerío y al macarrismo. Esos tipos que te encuentras de vez en cuando y que sabes que salen por la mañana de su casa diciendo "a ver con quien me pego hoy". Esos que por alguna causa dan más importancia a quedar por encima que a la razón.
De vez en cuando te encuentras con alguno de esos. Tipos brutos, quizá dependientes de alguna sustancia ilegal y tremendamente nociva, o simplemente aquejados de alguna psicopatología que no tratan convenientemente y degenera en comportamientos de confrontamiento y violencia.
Y lo peor que puedes hacer con alguno de estos tipos es no callarte. Es tal su mala educación y su barbarie que, al final, una voz que no has controlado sale de ti y les dice algo, eso que ellos están deseando que les digas para poder romperte la cara.
Hace unos días me crucé con uno de esos. No viene al caso la situación, pero lo que en principio era ir a la tienda a comprar una pila para el mando del coche terminó conmigo en la calle, con la espalda pegada a la pared y un animal gritándome a menos de 15 cm de distancia, deseando que le diera una excusa para darme un puñetazo, o quizá mil.
Yo no tengo edad para estas cosas. Me sentí estúpido por haber caído en su provocación, por no haberme callado, por no permanecer por encima de su brutalidad y por no ser más listo. "Alguien les tiene que decir algo", pensará el lector, pero ese "alguien" no soy yo. Pero lo fui.
Y cuando estaba allí, rodeado por ese cafre, gritando y amenazando, me acordé de la Canija, y eso evitó males mayores. Canija es la perra de un amigo mio. Canija me ha dado muchas veces ejemplo de como comportarse en casos de enfrentamientos. A la Canija se acercan ladrando y agresivos perros más grandes, violentos, con sentido territorial. Parece que la van a destrozar a mordiscos, pero nunca pasa nada. Canija se queda quieta, agacha la cabeza, no ladra, no mueve la cola. Y es en ese momento cuando el perro grande, violento, entiende que "ha ganado" y que no es necesario seguir. Canija se da media vuelta, y sigue su camino.
Y eso fue lo que pensé cuando tuve a ese animal encima mio.
Opción 1: patada en las pelotas y salir corriendo.
Opción 2: estrategia "canija".
Lo tuve claro. Agaché la cabeza, aguanté el chaparrón, me quedé callado y al final el animal volvió del agujero del que había salido, sin comenzar una pela. ¿Fui cobarde? ¿Inteligente? ¿Cobarde e inteligente? Me da igual.
Gracias Canija, por enseñarme el camino de la fuerza. Soy tu joven padawan y gracias a tu ejemplo sobreviví al ataque de ese Lord Sith.
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