Son 92 años. Muchas experiencias acumuladas y muchos ratos, buenos y malos, vividos. La edad no la ha hecho más lista. Ella ha sido muy lista desde siempre, quizá demasiado.
Discreta cuando tenía que serlo. Cariñosa. Intentaba que no se le notase mucho la ventaja que nos llevaba a todos en las cosas de la vida. Cuando yo comenzaba a caminar, ella ya estaba de vuelta y conocía cada recodo del camino que apenas había empezado a pisar. A mí, por lo menos, no me decía lo que había que hacer, más bien aportaba su opinión, lo que ella haría si estuviera en mi lugar.
Tampoco es perfecta, por supuesto. Esa inteligencia la ha hecho muy independiente, tanto que parece que no necesita a nada ni a nadie y, sin embargo, no es así. Saber que eres más lista que la mayoría te puede convertir en orgullosa y sin quererlo, un poco sobrada y tener la mirada ligeramente por encima del hombro y, sobre todo, pecar de desconfianza. Por que la raza humana en general es buena, pero no siempre es de fiar.
Este verano he pasado mucho tiempo con ella. Mucho. Un regalo. Tardes para jugar a las cartas o al dominó. Tardes para charlar. Nos hemos vuelto a contar esas cosas que nos hemos contado mil veces, pero que tanto echaré en falta el día que ya no me las pueda volver a contar. Hemos reído y nos hemos mirado. Y me ha repetido más de mil veces "cuanto te pareces a tu padre".
Y de ese tiempo disfrutado con ella me quedo con su lucha. Su lucha por levantarse y caminar, torpemente, desde la cama al baño y desde el baño al sofá. Ella sola, con sus piernas, porque el día que no lo haga se convertirá en "un trasto" y ella no quiere eso. Su lucha por leer el periódico todos los días y entender y comentar. Y ese afán por intentar ir al oculista a ver si le arreglan el ojo que tiene mal. Ya me dirás, mamá, con 92 años y sigues leyendo el periódico todos los días, que más quieres. Pero para ella no es suficiente.
Ella no se rinde. Quiere estar bien, cumplir unos mínimos vitales que le permitan mantener los sentidos y así llenar su tiempo. Mantener la cabeza funcionando es primordial, que lo que no se usa se acaba atrofiando. Su afán por la salud es proverbial desde que la conozco y siempre ha estado mala, pero siempre ha estado bien. Siempre llena de achaques que transmitía a los médicos como si fuera el fin del mundo y ellos solucionaban con una medicina, que muchas veces ella no tomaba, después de leer el prospecto y decidir que eso posiblemente le haría más mal que bien.
Su cuerpo, poco a poco, va cediendo terreno y rindiendo parcelas que ya no se recuperarán. Y ella se enfada consigo misma y se queja, cuando los que la acompañamos sólo podemos ver la suerte que tiene de seguir aquí, con nosotros, en un razonable estado de salud. No tiene nada grave, solo 92 años.
Su cuerpo se va rindiendo pero su alma, sin embargo, no se rinde.
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