Vas conduciendo y de vez en cuando te encuentras con esa estampa tan bucólica y enternecedora.
Un señor taxista ha detenido su vehículo en una calle que él cree poco transitada, pero que no lo es porque si no, yo no le hubiera visto. Abre la puerta de su vehículo y comienza a vaciar su vejiga, aliviando una necesidad que hacía horas que le amargaba y le restaba concentración a la hora de conducir.
Es una imagen hermosa. El señor suele rondar los 60 años, en muchos casos la cabeza ya es cana y viste ese chalequito tan adorable para darle algo de calor en los riñones. Mira al suelo, dedicando tiempo para apuntar y que nada salpique lo que no debe. Sus dos brazos están pegados al cuerpo, estirados hacia abajo y se unen por la manos.
No vemos mucho más. Ya es más que suficiente. Son apenas unos segundos pero la escena se ha visto muchas veces, y no necesitamos detalles.
Y yo me pregunto una y otra vez si el profesional usará cuando vuelve a subirse al coche al menos unas toallitas humedas, de esas que se usan para lavar el culito a un bebé, para limpiarse las manos. Supongo que si. No tengo razón para dudar. Sin embargo, algunas veces cuando utilizo un taxi, después de pagar, les digo "dejelo, quedese con el cambio".
No hay comentarios:
Publicar un comentario