Hemos pasado estos días de diciembre visitando a una hermana que vive en otra ciudad. Y mi hermana tiene una perrita que se llama Luna. Es pequeña, es gritona, no es de raza. Es lo que es.
Mis hijos la habían mirado siempre con recelo e incluso con miedo. Sin embargo, en estos días han aprendido a acariciarla, jugar con ella y sacarla de paseo.
Llegada la hora de las despedidas los dos peques han comenzado a llorar como magdalenas por que se tenían que despedir de la perrita y no la volverían a ver en muchos meses, hasta el verano. Durante minutos lloraron desconsoladamente sin nada que les sacara de su pena. No les he visto llorar por nada ni por nadie nunca de esa manera. Todos estuvimos algo celosos al ver la escena. Ninguno de los que les cuidamos y les damos todo tipo de cariño y atenciones hemos despertado ese sentimiento. Por un rato, yo quise ser un poco perrita Luna.
¿Qué es lo que provoca un animal para aflorar ese tipo de sentimientos? No he tenido perro nunca en casa ni de niño ni de adulto y no lo puedo comprender. Ayer, 24 horas después, mi hija volvía a llorar un rato cuando en la soledad de su cama, después de rezar sus oraciones, se acordaba de nuevo de la mascota.
Gracias Luna.
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