jueves, 31 de marzo de 2022

El colegio


Mi hija acaba este año el colegio y se adentrará ya de forma completa, aunque ella ya lo es hace tiempo, en el mundo de los adultos, en la Universidad. Deja atrás la protección de su colegio, con profesores que velan por ella tanto en lo académico como en lo personal, y verá que fuera la cosa es diferente, que eres un nombre más en una lista, de los muchos nombres que llenan muchas listas durante muchos años para muchos profesores en la Universidad. Espero que se encuentre con algún profesor diferente, de esos que hacen otras cosas, que disfrutan de su profesión. Y espero que ella sepa darse cuenta de esas oportunidades y aprovecharlas. Yo no lo hice. 

Y viendo como ella acaba el colegio, me acuerdo del mio. Corazón de María 1. Colegio Claret Madrid. No tengo un sólo mal recuerdo de los 15 o 16 años que pasé allí. Igual sí que hubo momentos tristes, pero la inocencia de la infancia alguna veces o las ganas de recordar sólo lo bueno, hacen que no permanezcan en mi memoria. No es el mejor colegio de Madrid según esas listas que se publican cada año, pero sí fue el mejor colegio para mí. 

El colegio me ofreció todo lo que yo con mi edad necesitaba para crecer feliz y de la forma más completa posible. Aprendí a tocar la guitarra y encontré decenas de personas que también lo hacían. Encontré aún más gente que le gustaba cantar. Encontré unos valores que igual ahora se me hacen ñoños, pero me mantuvieron apartados de lo malo que tenían aquellos años un Madrid vivo, alegre, protagonista de la Movida, pero también con mucha jeringuilla y muchas papelinas. Yo jamás vi liar un porro a nadie hasta que llegué a la Universidad ni emborracharse a ningún amigo. ¿Ñoño? Puede ser, pero desde mi perspectiva actual de padre, lo valoro sobremanera. 

Encontré profesores y sacerdotes que se preocupaban por hacerte una persona íntegra, con la complejidad de lidiar con clases de 42 o 43 alumnos, pero lo intentaban. 

Encontré una Parroquia en el mismo colegio en la que podía reflexionar, pensar sobre lo que hacía bien o mal y, sobre todo, relacionarme con chicas, tener amigas que aún hoy conservo y que supongo que leen este blog. Cuando el colegio era solo para chicos, esto era muy importante para un crecimiento y desarollo normal. Un ambiente lleno de canciones, de fiestas, de salidas a la montaña, de tiendas de campaña, de pañoletas rojas y azules, de juegos y de oración. 

Cuando se entra a Madrid desde la A2, el 99% de las personas se quedan admiradas mirando sorprendidas la increíble arquitectura de las Torres Blancas de Sáenz de Oiza. Yo miro justo detrás, con una sonrisa tonta en la cara, llena de añoranza y gratitud, a mi colegio.  



sábado, 26 de marzo de 2022

Tres deseos


Entro en una red social y veo un post que me invita a elegir cuales serían mis tres deseos, en caso de encontrarme con el genio de la lámpara. Nunca lo había pensado, la verdad. En la vida no se te concede nada de forma inmediata y gratuita, al menos desde el momento en el que dejas de creer en la magia y te empiezas a pagar tu mismo tus facturas. Antes si, claro. Pero de eso hace ya mucho tiempo. 

No había hecho jamás el ejercicio de imaginar algo así. Sí que había imaginado que haría con el premio de los Euromillones, pero eso abarca sólo cómo gastar-invertir-donar dinero, sólo el dinero. Lo del genio lo abarca todo, así de repente, tiene el poder de cambiar el futuro, el pasado, la realidad, las leyes de la lógica y del tiempo. Es mucho más. Igual de ficticio e imposible que lo de los Euromillones (la probabilidad, ya sabes,..) pero sin duda mucho más interesante. 

Y estos son los deseos que me surgieron, los primeros, los naturales, los genuinos. 

1.- La felicidad y bienestar de mis hijos. No se me ocurre otra cosa que me importe más que saber que mis hijos van a tener una vida feliz. Feliz con sus ratitos de felicidad y sus ratos de mal rollo. La vida siempre te trae malos momentos, eso es inevitable, pero incluso en esos momentos se puede aprender para el futuro, sacar experiencias, saber quién realmente te quiere o simplemente fortalecer el espíritu. Una vida razonablemente normal, con mucho amor, pero no amor del que se recibe, sino amor del que se da, del que sale de uno mismo, con generosidad y sin límite. Que sean capaces de dar mucho amor siempre a los que les rodean. La Felicidad no es recibir cariño, es darlo. 

2.- Vivir de escribir libros. Siempre he querido vivir de escribir. Las personas que me han querido y me conocen siempre me han animado a ello, pero nunca he tenido la constancia suficiente para escribir algo más extenso de dos hojas. Tengo la habilidad, pero no el carácter. Tampoco sé si hubiera llegado a ser un buen escritor, quien sabe, quizá cuando me jubile tenga tiempo. Hoy por hoy, con estas entradas en este blog y la sonrisa del lector, de mis amigos, cuando lo leen, tengo suficiente. 

3.- Tocar bien la guitarra. Pero bien, bien. En la pared de mi habitación hay 5 guitarras colgadas, y allí están, colgadas, sin que nadie las descuelgue. Siempre pensé que no tocaba bien la guitarra porque no había tomado clases en serio, pero que si un día me ponía, seguro que lo haría bien. Desafortunadamente, pude cumplir el sueño y recibir clases, para darme cuenta de que no es así. Lo que puedo hacer con la guitarra hoy, con 53 años, ya lo sabía hacer antes de cumplir los 18. Lo que Dios no da, Salamanca no presta. Pero por pedir al genio, que no quede. 

¿Y cuales serían tus deseos? 



 

sábado, 19 de marzo de 2022

El día del padre

 


Me pongo a escribir del "Día del Padre" y la primera duda es decidir si hablo de mi experiencia como padre, si hablo de mi padre, o hablo en general de los padres. No me gusta escribir mucho, que el lector de este blog tenga la sensación de que le ha sabido a poco. Así yo no pienso en exceso y el lector no descubre que en el fondo tampoco tengo tanto que contar. Elijo hablar de papá. 

Hace mucho que ya no estás, pero estás. Sigues aquí porque te recordamos y te seguimos queriendo como te queríamos aquel puñetero 12 de enero. Uno nunca se marcha mientras existan personas que te recuerden y te quieran. Pero para que te recuerden hay que trabajar mucho, dar mucho, querer mucho. Como tú hacías. 

Tengo la total seguridad de que los hijos no nos damos cuenta de todo lo que hacen nuestros padres por nosotros y en tu caso y el mío, no se rompe la regla. Y eso que considero que siempre te quise, te lo demostré y te respeté, con total cariño y agradecimiento, pero la balanza de un buen padre siempre pesa más, siempre, por mucho que el hijo te honre. 

Cuando no estás es cuando te das cuenta de lo que valía la presencia, el buen humor, la paciencia, el sacrificio siempre poniéndonos por delante a nosotros, la risa a carcajadas viendo los dibujos animados del CorreCaminos, los besos al entrar y al salir de casa, las comidas los fines de semana, los abrazos con los goles de atleti, tus lágrimas en mi boda, tu cara de preocupación por mis problemas, tu orgullo cuando algo me salía bien,...

Cuando vivías no buscaba tu consejo, apenas te contaba nada, muchas veces por no preocuparte, claro, y desde que no estás, no hay mes que no piense en que si estuvieras aquí te preguntaría qué hacer en esto o en lo otro. 

Mamá cuenta que al llegar a casa te decía las cosas malas que habíamos hecho para que nos regañases, y tu siempre respondías "Alfonsa, que yo llego a casa a estar feliz con vosotros, no a regañar por cosas que han pasado hace horas". A estar feliz, tranquilo, alegre. Con tus prontos y tus enfados, como los tenemos todos, pero alegre, en tu casa, con tus hijos y tu mujer.  

De vez en cuando me sorprendo llorando desconsolado, como lloré aquel maldito 12 de enero en el que te fuiste de repente, sin molestar, sin avisar. Te marchaste para que todo fuese rápido y pudiésemos seguir, mal que bien, con nuestras vidas. Sin ser una carga, sin tenernos meses preocupados, viviendo en un hospital. Y lloro porque no te dije mil veces más que te quería, aunque te lo hubiese dicho mil millones de veces ya. 

Te quiero papá. 

 





lunes, 7 de marzo de 2022

Las prisas

 

No me gustan las prisas. No creo que le gusten a nadie, y creo que no aportan nada de felicidad a casí ninguna persona. Buscando una imagen para ilustrar este post me he encontrado con decenas de entradas de blogs de psicología, gestión empresarial o educación infantil, entre otros muchos, que dicen lo mismo. 

Yo no soy un experto en psicología y no me voy a copiar los buenos consejos que he encontrado en otros lugares, escritos por personas que saben más que yo. Como suelo hacer, intentaré llevar a mi experiencia personal lo malo que me han traído las prisas.  

Mis hijos. Quizá la peor experiencia que he tenido con esto ha sido la necesidad de "meterle prisa" a mis hijos cuando eran muy pequeñitos. Los niños no entienden de prisas ni horarios y los padres, a contra-reloj por las mañanas para llegar a tiempo a todos los sitios les forzamos constantemente para que no nos hagan llegar tarde. Es un ejercicio contra su naturaleza, que no entienden y del que se quejan, pero sobre todo, me culpo por incluirles ya en ese círculo vicioso de las prisas, de la necesidad de hacerlo todo rápido, antes, ahora, ya, sin saber muchas veces porqué. 

El metro. Estudiando la carrera estábamos 3 amigos de Madrid y uno de un pueblecito de Sevilla recién llegado a Madrid y entrabamos en la estación del metro, dispuestos a pasar una tarde sábado lo mejor posible. Entrando vimos un convoy estaba ya estacionado a punto de cerrar las puertas. ¿Qué hicimos todos los de Madrid? Correr como locos y gritar al sevillano, ¡venga correo que se marcha! Una vez que logramos entrar en el tren, y recuperamos la respiración, nuestro amigo nos preguntó ¿Porqué hemos corrido? y todos le dijimos ¡Para no perder el tren! y el nos preguntó ¿Pero era el último? Eran las seis de la tarde. No supimos que responder. Nos miramos como idiotas.

El chiringuito. Si te sientas a tomar unas sardinitas en un chiringuito en Málaga es para disfrutar. Disfrutar del tiempo, de la compañía, del mar, de la playa, de las vistas, de los cuerpos y de todo lo que te pongan en un chiringuito, es decir, tu cervecita, tu tinto de verano, todas las cosas. Pero el hombre con prisas no sabe disfrutar y sólo se enfada con el camarero (un chico con contrato eventual, joven y sin experiencia) porque hace 15 minutos que ha pedido el espeto y no ha llegado. Algo inaceptable en el mundo perfecto de la urbe capitalina, pero que no entienden en lugares donde las prisas no son bien recibidas. 

La cola del super. He convivido con esa extraña necesidad de ponerme en la cola de las cajeras del super que creo que antes van a terminar. Calculo personas esperando y el tamaño de sus compras, edad de la cajera, y otras variables que me hacen elegir siempre, no la que tengo más cerca, sino la que seguro que va a tardar menos. He dedicado 10 minutos a elegir qué queso era mejor y otros 15 minutos en pensar si es mejor la leche con calcio o sin calcio, pero si en la cola de la caja la cajera no trabaja con la eficiencia que se le exige a Ferrari cambiando las ruedas en un gran premio, mi cerebro cree que va a estallar. 

¿Tienes ejemplos como estos para compartir y darte cuenta de lo absurdo muchas veces de nuestro comportamiento? 

Ojalá que un día pueda decir con total seguridad que "no tengo prisa ni quien me la meta".