Las madres de mis amigos, cuando yo era adolescente, no se parecían para nada a la de la película "El Graduado" aunque posiblemente yo si me pareciera bastante al personaje de Dustin Hoffman. El realidad las madres de mis amigos se parecían bastante a mi madre. Trabajando en casa como única ocupación, siempre atentas cuando sus hijos traían visitas a casa, siempre dispuestas a preparar la merienda, a preguntarte por tu familia y a lucir siempre una permanente sonrisa. Las que trabajan también fuera de casa eran la excepción y siempre por motivos de fuerza mayor, habitualmente viudedad. Las cosas han cambiado mucho, pero mucho, mucho.
Pero las madres de mis amigos ahora también son como mi madre, ancianas. Ayer hablaba con uno de mis amigos de entonces y me contaba la situación actual de su madre. Con un 100% de incapacidad y viuda desde hace tiempo, ahora son los 4 hijos los que se esfuerzan en organizar su cuidado. Su marido, también bastante mayor, la cuidó 24 horas al día durante muchos años, pero falleció repentinamente.
Ella lleva muchos años en una cama, en el salón de su casa porque es el único sitio donde caben esas camas articuladas. Muchos años sin contacto con la realidad. Pero como este blog se llama "Un ratito de felicidad" no puedo evitar acordarme de ella cuando la conocí, hace pues como casi 40 años.
Ella tuvo cuatro hijos, dos chicos y dos chicas. Los cuatro son educados, simpáticos, inteligentes, responsables, buenos y divertidos. Tienen sus cosas, como todos, pero parece que hay que rascar bastante para encontrar algo que no sea positivo. La tarde que venía alguno de ellos en la pandilla era diversión asegurada, inteligencia, simpatía creatividad, siempre. Y cuando los cuatro son estupendos, es que algo harían bien sus padres. El que escribe este blog ya tiene algunos años de carrera de padre y sabe lo que dice. Esas cosas no salen por casualidad. Si brota cariño, diversión y optimismo entre tus hijos, es porque has sembrado eso mismo cada día. Y aunque lo hagas, no siempre es seguro el resultado.
Ella y su marido eran la perfecta imagen del matrimonio tranquilo, simpático, feliz. Ella era tan parecida a mi madre, a tantas madres de entonces, que por ser algo tan habitual no valoramos su sacrificio, su entrega, su permanente sonrisa, su constante actitud de servicio. Nunca una palabra que no fuera cariñosa, jamás.
No por evidente, no quiero dejar de decir que hace años había padres y madres que no eran así, como sucede ahora, que sigue habiendo de todo, como en botica.
Yo no la he visto en esta última época. Conozco los esfuerzos de sus hijos por cuidarla, por atenderla, que son siempre complicados. Pero cuando hablo con ellos la recuerdo feliz, tranquila, en su casa, en la misa de los domingos o en la bodas de sus hijos.
La recuerdo con una sonrisa permanente, el delantal en la cintura y un corazón enorme.