Jugaba con mi madre a las cartas el otro día y pensaba yo que ésta mujer, con 93 años, todavía me gana las más de las veces en cada partida. Siempre me ha ganado, por lo general porque se mezclan varias circunstancias. Ella es lista y le gustan las cartas. Yo no lo soy tanto y tampoco me gustan mucho las cartas, cosa que agradezco porque estoy seguro que perder me ha evitado aficionarme al vicio del juego, que nunca se sabe dónde te puede llevar.
Hace tiempo que dejó de molestarme perder. En realidad, perder es lo normal, lo mayoritario, lo habitual, porque en la mayoría de las circunstancias de la vida sólo gana uno, los demás, todos menos uno, perdemos. Pero perder no es malo, si lo que has hecho lo has intentado con honradez y con esfuerzo. A veces quedar segundo no es perder, o tercero, porque detrás de ti han quedado muchos. A veces quedar segundo es brillante, porque has mejorado mucho con respecto a tu anterior intento. Puede que los otros piensen que no has ganado nada, pero seguro que tú sabes, en tu interior, que para ti el camino ha supuesto una gran victoria. Ítaca, una vez más.
A veces ganar no tiene mérito, cuando la pelea no es equilibrada, como tirar un penalti al pequeño portero de la foto delante de esa inmensa portería de fútbol que no alcanza a defender
Pues estaba el otro día jugando a las cartas con mi madre y, para mi sorpresa estaba ganando yo. Y además con cierta holgura y facilidad. Sus 93 años pasan factura, claro, y ya no es tan ágil ni tan capaz de aprovechar todas las cartas, de elegir la mejor opción o de cambiar el juego a mitad de partida si es conveniente.
Llegué a las últimas dos partidas con ventaja y si las ganaba, sería el vencedor. En la penúltima partida se repartieron las cartas y la suerte me volvió a elegir. En apenas 3 ó 4 manos tenía la jugada lista para ganar. Seguí robando cartas sin mostrar mi juego, como si nada, esperando que la suerte sonriera también a mamá. Ella seguía pensando, jugando, usando esa mente para intentar encontrar la carta que le faltaba para la última escalera de espadas. Y ganó ella la penúltima partida, y también ganó ella un ratito de pensar, de jugar con su hijo, de estar acompañada, después de pasar un ratito de felicidad.
Luego vino la última baza y se repitió la historia. La dejé jugar, sin mucha intención por mi parte de ganar a las cartas, pero a cambio, ganaba ver su sonrisa, su sensación de satisfacción y su mirada de emoción cuando ponía las cartas sobre la mesa y se sabía vencedora.
Si quieres un consejo de uno que pierde hasta cuando puede ganar, déjate ganar en la vida por las personas que te quieren. Su victoria será la tuya y verles ganar te hará igual o más feliz que si ganases tú.